Andrew Llanes Amaro (POSTULANTE)
Al ordenar brevemente por escrito parte de lo que el Señor me ha regalado en mis 20 años de edad, me encuentro ante una situación similar que santa teresita, en la que todo lo entiendo como amor misericordioso. Es este amor misericordioso cosa tan grande que difícilmente acierte del todo al ponerlo por escrito.
Me llamo Andrew Llanes Amaro, cubano, nacido en la Habana el 17 de octubre de 1992, en una familia humilde, como la mayoría. Bautizado al mes y medio de nacido en la parroquia de San José. Ser bautizado en una parroquia cuyo titular es san José siempre lo he visto como señal premonitoria. En casa, aunque no eran de ir a misa, sí que eran de amar mucho a Dios, a la Virgen y a sus santos, por lo que siempre sentí que Dios era mi Padre.
No me lo cuestioné ni lo descubrí; siempre lo sentí así. Al hacer memoria comprendo que nunca pagaré debidamente a Dios lo mucho que me ha regalado con la familia que me ha dado en mi padre y en mi madre.
Con aproximadamente 8 años de edad, comencé a ir a catequesis en nuestra parroquia del Carmen de la Habana , animado por unos compañeros de colegio. He aquí otra señal premonitoria, o más bien debería decir: he aquí la mano de dios y de la virgen.
Todavía recuerdo el primer día en catequesis y en misa. Eso sí que fue todo un descubrimiento. Me sentía, sin saber dar argumentos, infinitamente feliz. ¡Nunca lo olvidaré!
Con el tiempo tomé la comunión y me confirmé, comprometiéndome vivamente en la vida Parroquial. A las semanas de estar yendo a catequesis, algo se encendió en mí que me decía que quería ser como ese al que todos llamaban padre. Era tanta la atracción que aun sin saber nada sobre la vida religiosa, como niño de 8 años que era, me decía en mis adentros que quería ser sacerdote. Aunque lo llevase con discreción (tal vez no con tanta, ya que jugaba en casa a decir misa) mis padres fueron los primeros en percatarse y en apoyarme. Ese deseo, del que me diría un seminarista que recibía el nombre de vocación y que era una llamada de Dios, fue avivándose a medida que fui creciendo.
De esta manera, acompañado por el padre Teodoro (carmelita descalzo de la provincia de castilla durante más de 50 años en cuba), de feliz me moría, me convencí de que sin el Carmelo y sin el sacerdocio mi vida estaba vacía. Si grande fue la gracia derramada que me hizo entender tan pronto que mi vida era el Carmelo, mucho mayor fue la gracia derramada en el padre Teodoro, cuyo ejemplo despertó en mí la llamada y cuyo ejemplo y cercanía, a pesar de su partida al cielo, me siguen sosteniendo.
En octubre de 2008, con 16 años de edad, emigré junto a mis padres a Barcelona. ¿sería esto motivo para dejar por un tiempo el proceso vocacional? a los cuatro días de haber llegado, ya estaba llamando a las puertas del convento explicándoles a los padres de Cataluña mis inquietudes y pidiéndoles su acompañamiento. Desde entonces han pasado 4 años de discernimiento y de gratas experiencias, llegando el momento tan esperado: mi entrada en el Carmelo.
Este período de formación en el seguimiento a Cristo y en la imitación de María, que con tanta alegría inicié en septiembre de 2012, lo vivo como lo que es: un regalo inmenso y un derroche de amor misericordioso de dios. Me reconozco indigno de ello, comprendiendo que no estoy aquí por méritos propios: la Virgen me ha traído a su casa. Sí, realmente somos felices.
Intento vivir mi vocación pareciéndome y asemejándome en todo a Jesús, abandonándome en sus brazos y en los de María. En el fondo lo que anhelo es la santificación de mi vida, santificación que se deberá traducir en amor a dios y a los hermanos, acompañada sobre todo de muchas obras, Que es eso lo que quiere el Señor. Sólo así podré devolver en algo el mucho amor que él no cesa de derramar. Sólo Dios sabe cuánto agradezco el apoyo y acompañamiento recibido por nuestros padres en Cataluña, por la acogida de esta comunidad de Granada, de la que soy miembro feliz, y por el ejemplo y oración de nuestras queridas madres. He pasado de ser hijo único a tener muchos hermanos y hermanas en esta gran familia Teresiana San Juanista.
Bendito sea Dios que nunca improvisa con nosotros, sino que con gran amor de Padre nos lleva de su mano.
Me despido, querida familia, con la certeza Teresiana de que la oración puede a Dios, pidiéndoos así que sigáis orando a nuestro Padre del cielo y a nuestra Madre María por las vocaciones al Carmelo femenino y masculino para que, fieles a nuestro carisma, seamos siempre luz de la iglesia santa y sal de la humanidad.