¡Oh 
eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por Ti 
suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste Tú quien me 
elevó hacia Ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no 
era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con 
fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran 
distancia que me separaba de Ti, por la gran desemejanza que hay entre Tú y yo, 
como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, 
y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la 
comida corporal, sino que Tú te transformarás en mí.
Libro de "Las Confesiones" de S. Agustín
